El mexicano
abrió la puerta grande de la bicentenaria junto a Talavante, en la corrida
inaugural de la feria del Señor de los Milagros. Reticente, escasamente
colaboradora y muy justita de raza y trapío la corrida de Zalduendo. Los
toreros tiraron del coche y de Morante apenas el aroma de su toreo que Lima aún
no ha paladeado.
El calendario dio la vuelta
en un abrir y cerrar de ojos; y octubre, todavía con las reminiscencias del
incienso nazareno, nos trae de vuelta a los toros en aquel templo sagrado que
es Acho; en tarde gris y opaca de brillo solar, como suelen ser las tardes
limeñas de primavera.
Enorme expectativa por
la vuelta de los toros españoles al albero rimense, con tres toreros de la
misma casa y un hierro emblemático para ellos. De seguro la ganadería de las
reses navarras fue condición para la venida del torero de la Puebla del Río, que
como era lógico sorteó lo más cómodo; excepto por el juego, de resultas a
contraestilo; entonces el torero tuvo que hacer el esfuerzo y Lima se lo
agradeció.
El 1° salió muy suelto
y cuando hubo que emplearse pegaba arreones en el capote, apretando para los
adentros. Va en largo al caballo y sorprende al joven Yaco echándolo de la
grupa. Toma un segundo puyazo y ya picado arrea pa’lante a su aire porque no
tiene otra salida. Esta vez el torero da importancia a lo que tiene delante y
los derechazos tienen sabor morantista pero no rompen porque al toro le falta
lo suyo. Cuando se cambia de mano la muleta, el animal acorta su recorrido y
apenas completa los viajes. El 4° tuvo similar torpeza de salida y sólo la
media con que remata la abrupta serie de capotazos es de gran categoría. El
toro no presagia bondad, tiene las fuerzas justas pero lo brinda y Acho se
emociona. Se coge de la valla y torea con la mano derecha aprovechando la
inercia del morlaco. Algún derechazo es sentido pero por ese lado el animal se
torna brusco y descompuesto. Humilla más y va mejor por el otro pitón y es
entonces que el torero logra embarcarlo logrando muletazos muy cercanos a los
de aquellas bellas imágenes de sus tardes de gloria en ruedos ibéricos. La
oreja es dadivosa y rosas y claveles caen generosas a sus pies en su triunfal
periplo por los tendidos de Acho.
Talavante tuvo entre
manos al toro más colaborador del encierro. Fue el 2°, igual de terciado que el
lote de Morante, con sus cositas de manso de salida; sin transmisión pero
noble, generoso, obediente y con buen recorrido sobretodo por el pitón
izquierdo. Los capotazos a pies juntos son templadísimos y las gaoneras de
enorme verticalidad, aunque en alguna el toro rebrinca los vuelos. Los
naturales calan más porque fluyen lentísimos y armoniosos de las muñecas del
torero de Badajoz, vistosamente adosados con pases de las flores y arrucinas
que el público celebra. La estocada cae tendida y trasera pero el pedido es
unánime y el usía generoso muestra los dos pañuelos. El 5° sí que traía guasa y
lo hizo evidente desde el capote. A más de no querer, el animal quiere morder y
llega a la muleta caliente y midiendo mucho los pasos del torero. Talavante se
sale de sus formas y echa a tierra las rodillas y en el segundo envite, por
cierto descolocado y muy expuesto, va por los aires y después le cuesta
descararse. Lo intenta por naturales muy por fuera y aliviadísimos; el toro le
quita la muleta y de su esquina le conminan a abreviar.
Otra memorable tarde
nos regaló Joselito Adame, el mismo al que el año pasado los venales le robaron
el escapulario de la feria que bien merecido se lo tenía. Mas, el torero no
cree en fantasmas, duendes ni brujas, sólo en él mismo, en sus facultades y en
el inmenso poder que tiene sobre los toros, que lo respetan y le franquean el
terreno que pisa.
Con el lote menos
guapo, o digámolos de cierto, el más feo, por hechuras y volumen, Adame hizo en
sus dos toros el toreo de verdad, aquel del verdadero valor, auténtico, de
dominio, sin poses ni afectaciones, de fondo más que de forma, cuajando dos
actuaciones que si bien de diverso planteamiento, tuvieron el mismo concepto y
la aceptación de un público cada vez más proclive a la banalidad.
La mansedumbre huidiza
del 3° no lo amilanó y apenas lo tuvo en jurisdicción le echó con arte su
capote, dibujando dos lances de bellísimos tonos con un remate sencillamente
superior. Pica el maestro Caro y el bicho voltea en contrario. Las chicuelinas
resumen gracilidad y luego prácticamente tira del toro que va arrollando con
las manos por delante. Al sentirse
sometido el animal se emplea y saca a relucir el buen fondo de su casta, arrea
con nervio y transmisión y el mexicano corre la mano derecha en cuatro
muletazos de mando y desmayo. El instinto gregario del burel percibe el castigo
y la determinación de lo que tiene delante, renuncia a la pelea y se arropa en
tablas. Hasta allí se traslada la dirimencia y el torero se muestra largamente
superior a las condiciones del manso. Lo del 6° es otra historia, una gran
historia...
Que empieza con un toro
que no tenía apariencia de tal, va brusco, se frena y entra en contradicción
con sus propias condiciones, nada halagüeñas por cierto, que el torero
transmuta y convierte en esperanza, tras aquellos inolvidables ocho muletazos
de rodillas con el pecho por delante, que pusieron boca abajo la plaza. Los
tres derechazos que siguen son de mano muy baja y con una entrega casi
absoluta, sin posturas ni retorcimientos. El público lo valora y estalla en
emoción. Por el otro pitón lo piensa y tarda en embarcarse. Vuelve a derechas y
el toro,- sin ser bravo, tiene una buena reserva, lo que en argot llaman fondo
-, que el mexicano descubrió desde el inicio y allí la razón de su ímpetu
avasallador.
Los derechazos del
broche son embraguetados, largos e imposibles para el toro, que ha llegado hasta
allí porque está, sin proponérselo, sólo por la voluntad del torero, que jamás
resumió miedo. Al perfilarse percibe que tiene que hacerlo todo él; hace los
tiempos echándose a matar con el animal que apenas se arranca. El estoque cae
delanterillo pero es suficiente para el clamor; y los premios caen esta vez por
la inercia de la verdad y lo enorme que ha estado el gran torero mexicano.
Ficha. Domingo día 1 de
noviembre de 2015. Tarde nublada con tres cuartos de entrada. Reses de
Zalduendo, procedencia Jandilla, terciadas, faltos de raza pero con un gran
fondo. Morante de la Puebla (Verde hoja y Oro) Estocada caída y
contraria, descabello, palmas. Estocada delantera y caída, oreja. Alejandro
Talavante (Azul noche y Oro) Estocada tendida y traserilla, dos orejas.
Estocada tendida, trasera y caída, palmas. Joselito Adame (Caña y Oro) Estocada
trasera y desprendida, dos descabellos, palmas tras aviso. Estocada
delanterilla, dos orejas.
(Textos y fotos de Juan Medrano Chavarría)
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