Trochas,
sinuosas curvas e insondables abismos hay que transitar para llevar a la bella
Cajatambo, en los Andes de Lima. Allí por tradición se dan festejos incruentos.
Después del fatal accidente donde perdieron la vida 19 personas, alcanzamos a
ver la corrida del 31 de julio con reses de don Rafael Puga, con Alfredo
Gutiérrez, Emilio Serna y Fernando Villavicencio en el cartel.
Los toros nos hacen
conocer el Perú Profundo, ese que mencionaba José María Arguedas en sus cuentos
y novelas. Conocer pero para reflexionar sobre la realidad, la cruda y
descarnada realidad en
que viven y a la que están condenados miles de peruanos
allende las cordilleras, lejos de las ciudades y metrópolis costeras. Es el
caso de Cajatambo, tal vez la provincia más marginada del departamento de Lima,
ubicada en la cima de una gran cordillera a unas diez horas de viaje desde la
capital, penetrando por trocha carrozable desde Pativilca para ascender a
través de soledades, villorrios y caseríos en postración, donde la huella de la
violencia política desatada por los subversivos en los ochenta dejó profundas
huellas que hasta hoy se perciben.
En plena fiesta por
Santa María Magdalena una tragedia enlutó a los cajatambinos. A escasos metros
de la ciudad un bus rodó al abismo y murieron 19 personas. Los muertos fueron sepultados
y la fiesta continuó. Tras pasar mucho miedo llegamos pasado el mediodía del
jueves día 31 de julio para el último festejo donde saltó una jovencísima
corrida de don Rafael Puga Castro, terciada pero con mucha movilidad; algunos
bravos y otros geniudos, muy exigente para los toreros y divertida para el
grueso del público que abarrotó los tendidos de la portátil El Toreo instalada
para la ocasión.
Sin ser puyadas las
reses acometieron con todos sus defectos. La ventaja fue la falta de volumen,
que dio tranquilidad y cierta confianza a los toreros. Empero, el 1° del
mexicano Gutiérrez no lo dejó estar. El charro se empleó pero por momentos el
codicioso se comía los terrenos y apretaba para los adentros. Serna midió
fuerzas con el 6° que no le dio tregua. El español se puso en el sitio y
también confrontó de tú a tú, sacando muletazos de uno en uno sintiendo al
irascible oliéndole los muslos. Villavicencio anduvo solvente con el capote
pero con la muleta tuvo dificultades para domeñar. Lo cierto es que los tres
coletas dieron una buena tarde, aprovechando el fuelle de las reses para
interpretar variadas suertes con el percal. Todos pasearon orejas simbólicas y
en el epílogo el ganadero también disfrutó de la calidez de los cajatambinos.
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